el 24 de junio
Son las ocho de la noche y estoy en un Burger King. Espero a mi papá que me dejó por Brickell hace un par de horas mientras él se junta con amigos. Iban a ser dos horas. Se convirtieron en tres y no supe qué más hacer para quemar el tiempo. Caminé dos veces por las mismas cuadras buscando un lugar en donde sentarme y esperar. Hay restaurant-bares lindos, con gente tomando algo en la vereda. Pero prefiero un Chipotle o un Starbucks. Cualquiera de esas cadenas anónimas en donde nadie se da cuenta de vos, pedís algo rápido y desaparecés por el fondo. Hay un Starbucks del otro lado de la calle, pero solo tiene take out. Me llevaría un té al parque, pero me estoy haciendo pis. Te odio, coronavirus.
Habré pasado al lado del Burger King un par de veces, sin notarlo, pero solo cuando realmente lo necesité me llamó la atención, apareciendo iluminado en la esquina: mi única salvación. Está medio vacio. Nadie me nota entrar y encaro directo al baño. Mi intención es pedir algo, no me da ser un free rider. Pero no estoy con nadie que me pueda mirar la comida mientras voy al baño, asi que encaro directo. “Only customers,” amenaza un cartel pegado en la puerta de metal. Intento abrir y está cerrado con llave.
Voy a la caja y me atiende una señora gorda, latina. Me sonríe y se apunta a la boca. Acomódate el barbijo, dice. No me estaba cubriendo la nariz, ni me di cuenta. Me lo acomodo y achino los ojos en una expresión un poco exagerada, pero quiero que sepa que le estoy sonriendo. Pido disculpas y unas papas y una coca. En español. Si le agregás una hamburguesa te sale más barato: 3.20, dice. Qué voy a hacer con una hamburguesa, pienso, no tengo hambre. Se la regalo a alguien? A quién? Ya fue, sin hamburguesa. Voy a imaginar que estoy haciendo un bien, sin desperdiciar comida. Nono, sin hamburguesa, le contesto. Me sale 4.58 y lo pago. Me siento una boluda.
La señora se da vuelta gritando “papas fritas”. Le quiero decir que voy un segundo al baño y vuelvo a buscarlas en cinco, pero no me está mirando y no quiero levantar la voz. Espero unos minutos y vuelve con mi pedido. Lo puedo dejar acá mientras voy al baño? Contesta que tiene un break, que lo deje si quiero pero que no se hace cargo si alguien se lo lleva. Digo que no importa, que lo dejo escondido detrás del mostrador. No contesta pero no se opone, y dejo la bolsita marrón semi-escondida, semi- a la vista.
Le pido el código del baño y me mira un poco molesta. Te tengo que escoltar, me dice. Agarra un llavero y, sin mirarme, camina desbalanceada en dirección al baño. Camino a su lado e intento decir cualquier cosa, por decir algo, pero en esos seis metrosno se me occurre nada. Me abre la puerta y me dice que me apure, asi nadie se lleva mis papas.
Entro rápido y me dirijo al primer inodoro que veo, como si me estuviesen tomando el tiempo. La puerta está pegajosa, huele a pis. Pienso en lo horroroso que sería quedar encerrada ahi, presa de esa luz metálica. Apenas cierro la puerta de la butaca y hago pis parada. Dudo si tirar la cadena o no, no quiero tocar la manija pero pienso en la pobre persona que tendrá que limpiar después y la tiro, débilmente, con la punta de un dedo. Corro a la canilla y ubico las manos debajo del agua corriente por solo dos segundos. En un minuto ya estoy afuera, empujando gloriosa la puerta de metal con el codo. Me felicito a mi misma por el pis más rápido del mundo: la señora estaría orgullosa, ya puede ir a su break. Pero no sigue ahí: la puerta de veinte kilos traba sola.
Vuelvo al mostrador. Hay un hombre en la cola, con la cara cubierta por un enorme barbijo negro. Intento no mirarlo y me paro al lado de la caja, estiro la mano detrás del mostrador y agarro mis papas y coca. Digo GRACIAS, con la voz más fuerte y segura que me sale, como para justificar mi intrusión. La señora está de espaldas y no me escucha. Me siento una boluda.
Me alejo sin mirar para atrás, y me ubico en una de las mesas del medio. Saco un libro y lo apoyo sobre la mesa, como reclamando mi pequeño escritorio en el Burger King. Me suena el teléfono. Es Tere. Atiendo y me acuerdo que no está en mi cobertura atender llamadas de Whatsapp así que corto. Mi mamá me va a matar por el roaming. Tere, no puedo atender, no está en mi plan, espero a mi papá, le escribo. Soy Felix contesta. Ay que hincha pienso. Me queda 3 por ciento de batería y me tiene que encontrar papá. Apago el celular. Levanto el libro, lo abro por el medio y paso un par de hojas hasta parar en el short story más cercano. Leo un párrafo. No preste atención. Lo vuelvo a leer. Cierro el libro y lo vuelvo a apoyar al lado de las papas. Me las como, lento. Tanta hambre no tengo. Quiero hablar con mamá. Quiero que esté Andrea acá.
Atardece como aterdece en el verano: tarde y despacito. Desde que buscaba dónde comer que no veo el sol, pero la noche todavía no llega. Sigue todo de un gris azulado. Me siento del mismo color: siempre me siento así a esta hora del día. Quiero llegar a mi cuarto, cerrar las cortinas así ya pienso que ya es de noche, prender la tele y hacer zapping hasta algo liviano, boludo.
En el Burger King todavía no prendieron la luz. Es un salón grande, y la mayoría de las mesas siguen vacias. Ahora hay varias personas como yo, que llegaron discretamente, solas. Comen despacito con el celular en una mano. Las mesas tienen un diseño cuadrado de un color rosa/violeta frío. No lo cambiarán desde los noventa. El suelo de plástico tiene distintos tonos de gris. Muy bajito, suena Cindy Lauper. Time After Time. Recuerdo tener 10 años, sentarme atrás en el auto y pedirle a mis papás que pongan ese CD, de mis preferidos. Vivíamos acá en ese momento, fue hace mil años. Me pesa un poco algo, adentro.
Saco el celular. Papá sale en 10, dice. Espero que sea verdad. Se prenden la luces del Burger King. Es una luz blanca, como de hospital, pero el rosa de la mesa y el gris del suelo toman un tono más calido. Quizás sea por el reflejo amarillo del edificio moderno de en frente. Noto a la señora latina, en su break a unas mesas de la mia. Está al lado de la ventana y apenas entra en la silla. Come una hamburguesa con una mano y sostiene el celular con la otra, apuntándose a la cara. Se acomoda la gorrita y ríe.
Tengo 2 por ciento de bateria. Se me acabaron las papas pero no creo que termine la coca. Quiero que llegue papá.